BOGOTÁ, COLOMBIA (AP) — La euforia en Colombia, país enloquecido con el fútbol, es ensordecedora y altamente contagiosa previo al partido a vida o muerte del viernes contra Brasil, anfitriona del Mundial.
Nunca antes había alcanzado el sufrido país los cuartos de final. Algunos incluso se han lanzado a cantar loas sobre cómo la unidad nacional provocada por el Mundial puede acelerar el ritmo de las conversaciones de paz iniciadas hace 18 meses para poner fin a medio siglo de un conflicto que se ha cobrado unas 220.000 vidas.
La mitad de la población parece estar vistiendo la camiseta nacional amarillo canario, incluso en los días en que Colombia no juega. Y el jolgorio, desde la gente cantando en las calles a las reuniones para ver los juegos en grupo en grandes pantallas colocadas en parques públicos, es a menudo tan desenfrenado que muchos alcaldes de grandes ciudades han impuesto la prohibición de venta de alcohol los días de partido.
El miedo, por supuesto, es que todo sea fugaz y la violencia y la intolerancia que durante mucho tiempo han castigado el país andino vuelvan a surgir al terminar el torneo.
“El fútbol siempre ha funcionado como una herramienta de unión para la construcción del país”, dijo Alexander Castro, sociólogo de la Universidad Nacional. “Pero también el fútbol es tan efímero como un juego en particular. Y cuando termine este Mundial será como una moda pasajera, y volveremos a nuestros viejos hábitos”.
Desde que Colombia apabulló 5-0 a Argentina en 1993 en un partido clasificatorio para Estados Unidos 1994, el país sudamericano de 48 millones de personas no había estado tan cautivado por el fútbol.
“Colombia va a llegar a la final porque tiene los fundamentos y la preparación, y (los jugadores) tienen gran valor y deseo”, dijo Leonardo Soto, un asistente legal de 23 años de edad, en Bogotá.
Aparentemente, ningún país tiene fanáticos tan dedicados como Colombia. De 19 encuestados por YouGov.com para The New York Times antes del certamen, sólo el 6 por ciento de los colombianos dijeron no estar interesados en el mundial; siguió México con un 8 por ciento y Argentina con 10 por ciento. Los Estados Unidos, entretanto, contaron un 60 por ciento de apáticos.
El presidente, Juan Manuel Santos, se encuentra entre los devotos y planea asistir al partido del viernes.
La elegancia y altruismo del equipo colombiano son casi lo único en que Santos y su rival político, el ex presidente Álvaro Uribe, parecen estar de acuerdo estos días mientras pugnan por la gestión de las conversaciones de paz con las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, o FARC.
Y hasta las FARC han reclamado su parcela entre la fanaticada. Antes del torneo, los negociadores rebeldes enviaron el equipo una carta que leía: “con gente como ustedes, seguro que llegaremos lejos”.
Aldo Civico, antropólogo de la Universidad de Rutgers y experto en resolución de conflictos, considera que “la alegre e intensa expresión de unidad” provocada por la racha ganadora de cuatro partidos del equipo colombiano ha permitido a la gente “trascender el tribalismo político” que ha definido la violenta historia de Colombia.
El experto señaló que le recordaba a cómo Nelson Mandela utilizó como instrumento de reconciliación tras el apartheid el amor de Sudáfrica por el rugby.
El miedo, por supuesto, es que al carecer de un Mandela, la unidad se evapore tras el silbato final del árbitro.
Nadie, asegura el ex entrenador y jugador Alexis García, quiere revivir la angustia y vergüenza que sintieron los colombianos tras el asesinato del defensor Andrés Escobar el 2 de julio de 1994 en el estacionamiento de una discoteca de Medellín.
Escobar, de 27 años de edad, había pateado un balón a su propio arco en un juego contra Estados Unidos, eliminando a Colombia del Mundial, y fue baleado seis veces por el chófer de dos presuntos narcotraficantes, uno de los cuales le había recriminado su error 10 días antes en Los Ángeles.
Michael Zimbalist, quien con su hermano Jeffrey realizó en 2010 el documental “The Two Escobars” acerca de la sombra sobre el fútbol profesional colombiano que fueron capos de la droga como Pablo Escobar, dice que el país merece crédito por sanearse considerablemente en los años posteriores a la muerte de ambos Escobares.
Es reconfortante, dijo Jeffrey, ver cómo el fútbol amplía el sentido de identidad de un país y permite que el mundo perciba una cara especial y desconocida de Colombia.
Ello no quiere decir que los hermanos piensen que el dinero del narcotráfico haya desaparecido del deporte.
En 2006, un narcotraficante llamado Gustavo Upegui, afiliado con milicias de extrema derecha, fue asesinado en su dormitorio, pistola en mano, por un intruso.
Upegui dirigía el club Envigado, a las afueras de Medellín, y recientemente había adquirido los derechos de un adolescente al que intuía un futuro brillante.
De hecho, ese jugador actualmente lidera la tabla de goleadores del mundial con cinco dianas.
Su nombre: James Rodríguez.