NUEVA YORK (AP) — El realismo mágico fue sólo uno de sus dones. Desde relatos policiacos y folclóricos hasta de romance y sátira, Gabriel García Márquez hizo poesía virtualmente de todo género popular.
El Nobel y estadista literario internacional, que murió el jueves a los 87 años, completó sólo seis novelas, cuatro novela cortas, unas docenas de cuentos cortos y un puñado de obras de no ficción durante medio siglo de publicaciones. Pero hizo uso de un rango de influencias impredecible y dominó estilos que lo hicieron el más complejo y más directo de los autores.
Gran parte del mundo supo de él a través de su expansivo clásico “Cien años de soledad”, pero también creó breves historias tensas como “Crónica de una muerte anunciada”, una novela corta publicada en 1981. Las primeras líneas, al igual que el celebrado pasaje que da inicio a “Cien años de soledad”, establecen un ambiente mortal digno de los mejores textos de suspenso.
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llevaba el obispo”, escribió García Márquez. “Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la medianoche”.
Para “El amor en los tiempos del cólera”, un éxito literario de los años 80 que muchos críticos ubican justo después de “Cien años de soledad”, García Márquez recurrió abiertamente a la telenovela y el romance. A través de una trama que definió como de amor frustrado, con un hombre y una mujer demasiado jóvenes para casarse a los 20 y demasiado viejos para casarse a los 80, entretejió política, historia, economía y las misteriosas reglas del deseo masculino.
“De esa época venían sus teorías más bien simplistas sobre la relación entre el físico de las mujeres y sus aptitudes para el amor”, escribió García Márquez. “Desconfiaba del tipo sensual, las que parecían capaces de comerse crudo a un caimán de aguja, y que solían ser las más pasivas en la cama”.
“Su tipo era el contrario: esas ranitas escuálidas por las que nadie se tomaba el trabajo de volverse a mirar en la calle, que parecían quedar en nada cuando se quitaban la ropa, que daban lástima por el crujido de los huesos al primer impacto, y sin embargo podían dejar listo para el cajón de la basura al más hablador de los machucantes”.
García Márquez dominó tanto lo externo como lo interno, la ceremonia pública y los engaños y decepciones privados. “El otoño del patriarca”, un devastador y agotador retrato de un dictador caribeño publicado a mediados de los 70, fue descrito por García Márquez como un “poema en la soledad del poder”, con todo y buitres irrumpiendo en el palacio presidencial.
“El coronel no tiene quien le escriba” fue una simpática novela corta sobre un militar que desde hace mucho espera su pensión. El celebrado cuento corto del autor “Los funerales de la Mamá Grande” comienza como un cuento de hadas (“Esta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande”), captura los modos de una pequeña comunidad con la intimidad de un antigua leyenda y define los mecanismos del poder político con una minuciosidad que uno puede encontrar en un libro de Robert Caro.
“Nadie conocía el origen, ni los límites ni el valor real del patrimonio, pero todo el mundo se había acostumbrado a creer que la Mamá Grande era dueña de las aguas Corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del telégrafo, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre la vida y haciendas”, escribió.
“Cuando se sentaba a tomar el fresco de la tarde en el balcón de su casa, con todo el peso de sus vísceras y su autoridad aplastado en su viejo mecedor de bejuco, parecía en verdad infinitamente rica y poderosa, la matrona más rica y poderosa del mundo”.